Muchas personas caminan por la vida sin un fin concreto por el que valga la pena vivir. Van de un lugar a otro, según sopla el viento, según el capricho de las modas, gobernados por el deseo de la apariencia y del que dirán.
Su ideal de felicidad se limita al tener, exhibir lo que se tiene y aparentar que se posee todavía más.
– ¡Cuánto más tenga más feliz seré!- Un pensamiento común en aquellos que creen que el poseer les da la felicidad. Su objetivo es satisfacer todas sus necesidades personales, la mayoría de ellas superfluas, sin valor, sin significado duradero. Pensando en lo que podrían tener se olvidan de lo que tienen.
Seamos sinceros. Lo verdaderamente importante, las cosas realmente necesarias son muy pocas. Nuestra escala de valores está invertida. Damos prioridad a lo que no es vital para nuestra existencia. Dejamos a un lado las cosas pequeñas. nos hemos insensibilizado a la belleza y valor de los detalles cotidianos. Hemos puesto una callosidad en nuestro corazón y un caparazón en nuestra personalidad. Una conducta que nos aísla, nos encierra, nos limita y nos convierte en personas egoístas.
Preparar el camino para la entrega y ponerle alas a la nobleza en beneficio de la sociedad que nos rodea, es ir más allá de nosotros mismos. Cuando vivimos las cosas pequeñas con intensidad las transformamos en auténticos valores humanos que no perecerán.
Reflexionemos sobre el escrito de Phil Bosmans en su Canto a las cosas sencillas de cada día.
” Redescubre las cosas normales,
el encanto sencillo de la amistad,
la flores para un enfermo,
una puerta abierta,
una mesa acogedora,
un apretón de manos,
una sonrisa, un silencio en una iglesia,
el silencio de un niño,
una flor que se abre,
un pájaro que canta,
una hilera de álamos, un riachuelo, una montaña…
La vida se vuelve una fiesta cuando sabes disfrutar de las cosas normales de cada día”